jueves, junio 09, 2005

La caravana de la vida – Parte III

(Continuación...)

Día 9 de junio de 2005

De de 10 a.m. a 2 p.m.

La caravana va alargándose a medida que pasan los minutos. Llegan nuevos camiones de mineros desde Oruro, desde Potosí. A nuestro taxista le preocupa el quedarse atrapado entre tanto camión, tienen miedo a que le rompan el coche si se arma un lío entre la policía / militares y los mineros. Así que se va al final de la caravana, mientras nos quedamos por la zona intermedia.

Hay bastante revuelo. En la parte frontal de la caravana unos doscientos mineros increpan a los militares que están cortando el paso. En cierto momento los militares comienzan a avanzar por los dos flancos de la carretera. Están a cierta altura, sobre unas lomas que bajan en pendiente hasta donde nos encontramos. Varios mineros comienzan a gritarles que no provoquen más, les llaman de todo. Veo las caras de los mineros, no reflejan ningún rastro de temor, por el contrario veo un valor casi ciego en sus miradas. Me parece que están dispuestos a todo. Los militares retroceden hasta el retén.

Los indígenas del CAOP van a reunirse para analizar la situación. Veo a Juan Navarro, uno de los curacas que viene en el grupo, salir de la camioneta. Le pregunto qué van a hacer. Con su bastón de mando en alto me dice que van a pasar a través del retén, aunque tengan que rodearlo por el monte. Veo determinación en sus ojos. Otros curacas no quieren enfrentarse, dicen que no han ido hasta allí para enfrentarse. Al final se reúnen en círculo y comienza la reunión. De forma ordenada y muy respetuosa, cada curaca expone su punto de vista.

Me pierdo muchas cosas de las que dicen, pues casi todos hablen en quechua. Alguien dice que hay que ser estratégicos, que no pueden darse la vuelta, pues aunque ellos no quieran enfrentamiento, si se van, debilitarán a los mineros que por miles van reuniéndose en la caravana. No dejan de llegar más y más camiones cargados hasta los topes de mineros. Al final se decide esperar para ver como evoluciona la situación.

Claramente la fuerza de choque la tienen los mineros. En un gran círculo, al lado de una de las laderas de la carretera, están celebrando una asamblea masiva. Hay un líder minero que explica la situación: se está negociando con la policía y los militares el paso desde La Paz, pero la respuesta puede tardar en llegar una hora o más. El líder minero pregunta al grupo qué opinan, si quieren esperar hasta que llegue la respuesta, o intentar romper el retén por la fuerza. Se hace un gran silencio. Nadie rompe el hielo. Por fin comienzan a alzarse las manos pidiendo la palabra. Se decide esperar.

Durante las dos o tres primeras horas hay varias falsas alarmas de que podemos pasar. En esos momentos la gente sale disparada hacia sus buses, coches, camiones….para luego constatar que ha sido en vano. El retén sigue en pié y por allí no pasa ni un alma.

Llega un local en bici en sentido contrario, desde Sucre. Nos informa que no se ha encontrado con ningún retén militar en el camino además del que tenemos en frente. Nos dice que hay una ruta secundaria de tierra por la que puede llegarse a Sucre. Le informo a Santiago sobre este punto.

Desde hace un rato estoy intentando buscar cobertura para mi teléfono celular. Sé que me están llamando de Radio Euskadi y de Euskadi Irradia. Allí cerca del retén tuvo cobertura a las 10 a.m., cuando llegamos. Pero no me animo a acercarme a los milicos. En el retén siguen amontonados un montón de mineros, y me temo que en cualquier momento va a empezar un enfrentamiento serio. Los mineros tienen dinamita a montones, les he visto manipulándola cerca de sus camiones. Estoy casi seguro que los militares no tienen órdenes de reprimir muy duro ni usando fuego real, pues Carlos Mesa, todavía Presidente, ya ha dicho que no quiere derramamiento de sangre. Pero nunca se sabe.

Finalmente me subo a una loma y consigo cobertura. A los cinco minutos suena mi celular, es de Radio Euskadi. Quieren hablar con alguna autoridad indígena, entrevistarle. Les digo que me llamen en diez minutos. Voy a buscar a alguno de los curacas. Veo a Florentino y le pregunto si quiere hablar él. Me dice que sí. Subimos a la loma, y al rato el teléfono suena. Florentino habla, habla de las reivindicaciones que llevan a Sucre. Su discurso no tiene mucha fuerza, no háblale castellano muy bien. Mientras Florentino habla aparecen a nuestro lado otras autoridades indígenas, Santiago Estrada, Anselmo Martínez, y otro cuyo nombre no recuerdo.

Florentino me pasa el teléfono cuando acaba la entrevista, le pregunto a la chica de Radio Euskadi si quiere entrevistar a alguien más. Me responde que sí. Le paso el teléfono a Anselmo. Su discurso es vibrante. Denuncia la situación inmediata en la que estamos, con militares apostados detrás de arbustos, escondidos pero apuntado a la gente con sus fusiles. Dice que no hay derecho, que lo que quieren es llegar a Sucre para protestar pacíficamente, para evitar un “golpe de estado de guante blanco” que están gestando los partidos políticos tradicionales. Después plantea las demandas de fondo.

Al acabar la entrevista me pasa el teléfono, la periodista de Radio Euskadi, que está grabando la entrevista para sacar unos cortes para los boletines de información, me dice que tiene buen material. Queda en llamar más tarde.

Al rato vuelve a sonar mi móvil. Es de Euskadi Irradia. Nekane Peñagarikano me dice que se quedó preocupada cuando me llamó unas horas antes y le tuve que cortar porque estábamos rodeados de milicos. Me dice que Arantxa Iturbe y otro compañero me van a entrevistar en unos minutos. Entramos en directo y hago un resumen de la situación, la voz me tiembla un poco, estoy acelerado por toda la situación. Quedan en llamar más tarde para ver como evoluciona la situación.

Hacia la 1 p.m. empiezan a correr rumores de que nos van a dejar pasar a todos, de que el retén se va a desmontar. Crece la expectativa, pero reina la confusión. Al final alguien dice que podemos pasar pero fuera de los vehículos, y portando todas nuestras cosas. Nos a formar en varias filas indias y cachearnos uno a uno, para buscar dinamita supongo.

Veo que alejados del retén militar, grupos de mineros están tratando de esconder la dinamita que llevan: desarman los cartuchos, sacan la goma y haciendo un mondongo se la colocan debajo del casco. Me dice Santiago que ha visto algunas pocas mujeres ancianas que vienen en la caravana meterse dinamita ¡debajo de las faldas!

Las hileras de mineros e indígenas van pasando lentamente el control, hay como cinco o seis filas, y otros tantos soldados haciendo el cacheo. Sorprendentemente no parece que confisquen nada. Me preocupa que me cuestionen por ser extranjero. No me separo de Santiago, nos acercamos juntos a la fila. Le digo que si preguntan qué hago yo aquí, pues que soy un pasajero, que vengo acompañándolos. Santiago me mira extrañado, me dice que mejor decir que soy periodista y que estoy ayudando a dar a conocer las demandas de su pueblo. No soy periodista claro, aunque para ellos sí que lo soy. Y no tengo credencial de periodista. Pero aunque la tuviera no me parece buena idea decir que lo soy: los militares no suelen querer mucho a la prensa. Al final pasamos sin problema, los soldados parece que están registrando a la gente con desgana.

Al otro lado del retén nos montamos cada uno en su vehículo, dispuestos a seguir ya sin demora hasta Sucre. Son las 2 p.m. En media hora deberíamos estar en Sucre. No nos imaginamos que todavía falte lo peor por llegar.

Cuando pasamos todos, los militares avanzan hasta la cabeza de la caravana y crean un nuevo cordón que atraviesa toda la carretera. Y empiezan a caminar en dirección a Sucre. Así que la caravana avanza a paso de tortuga. A este paso vamos a tardar seis horas en llegar a Sucre, ya de noche. Aunque la jugada de los militares es sucia, no me sorprende: supongo que tienen órdenes de retrasar la marcha todo lo que puedan, y si es posible evitar que llegue a Sucre.

Durante unos 15 kilómetros avanzamos a ese paso de caminata. Nuestro coche y el de los compañeros indígenas van en la parte posterior de la caravana. Adelante van los mineros en sus camiones y volquetes. A unos 7 kilómetros de Yotala, la caravana se para. Desde donde estamos no se aprecia qué es lo que pasa. Mi móvil vuelve a tener cobertura en ese instante, y veo que tengo un montón de llamadas perdidas, del aita, de la ama, de la radio.

Los aitas deben estar preocupados conmigo si han escuchado las noticias en la radio o alguien les ha comentado, así que me propongo llamarles cuanto antes. No acierto con los prefijos, con los números de la operadora de larga distancia, en fin, que no puedo llamar. Llamo a una amiga de Potosí para ver si me puede ayudar. La gente que está a mi lado intenta ayudar, pero tampoco saben qué números marcar para obtener línea. Después de decenas de intentos acertamos y hablo con mi ama, le digo que estamos bien. Hablo con mi aita también, lo mismo. Quedamos en que me llame al día siguiente.

Volvemos a los coches, parece que la caravana va a seguir. Pero en ese momento vemos que la gente se echa a correr, y vemos humo. Están disparando gases lacrimógenos. Cerramos las ventanillas del coche, el taxista conecta el ventilador, le grito que lo apague ya. Me tapo la boca con la bufanda que llevo, y cierro los ojos. Todo va bien, pero a mi lado Florentino dice que ya no aguanta más, abre la puerta del coche y sale corriendo. Los demás le seguimos, un poco por inercia. Fuera es peor, hay que abrir los ojos para no chocarse con los camiones ni con la gente y empiezan a picar. Como la garganta. Mantengo la calma, avanzamos hasta el final de la caravana.

Miro alrededor y veo que muchos mineros están haciendo un bypass del retén militar móvil, subiéndose por las laderas de los montes, quieren llegar a pie a Sucre. Faltan como 15 kilómetros. Pasan los minutos, parece que la pelea está al frente de la caravana, se ven los gases allí adelante. Regreso al coche, no hay nadie, pero al rato aparece Genovevo, tranquilo. Santiago y Florentino no aparecen, se han extraviado en la desbandada. Les esperamos, mejor no separarnos. Salimos del coche a estirar las piernas, veo un bus un poco más adelante del nuestro con un vidrio roto, y una mancha de sangre en el suelo, sobre el asfalto. Me extraña. Pregunto qué ha pasado. Me dicen que hay un herido de bala. ¡De bala!

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