jueves, junio 09, 2005

Caravana de indígenas y mineros hacia Sucre (Bolivia)

Hola amigos/as,

Bolivia ha estado estos últimos días al borde de un enfrentamiento que podría haber escalado hasta convertirse en una guerra civil. Los acontecimientos de ayer, día 9 de junio de 2005, han encauzado la crisis hacia una posible salida pacífica, con el nombramiento de un nuevo Presidente, Rodríguez, que no tiene afiliación partidaria.

El nombramiento de Rodríguez ha sido una victoria del pueblo y de los movimientos sociales, especialmente de los trabajadores mineros y los indígenas. En una movilización masiva en y hacia Sucre, capital de Bolivia, los movimientos sociales expresaron su repulsa al nombramiento del Presidente del Congreso Hormando Vaca Díaz, un político tradicional.

La clase política tradicional y el establishment apostaban por la sucesión constitucional directa, esto es, por Vaca Díaz. Este personaje parece salido de una novela negra, con una ambición personal desmedida. Vaca Díaz estaba dispuesto a llevar al país a una guerra civil con tal de asumir el mando de la nación. De no haber sido por la firme oposición del pueblo, hoy Bolivia estaría desangrándose.

La fecha de ayer fue histórica. Estoy convencido de que si se hubiera tratado de un país europeo, en vez de un país periférico como Bolivia, los acontecimientos de ayer y de las jornadas anteriores habrían trascendido como una especia de Mayo del 68 boliviano. Por desgracia, los medios de comunicación internacionales no han sabido interpretar lo que está ocurriendo en Bolivia, y se han centrado en retransmitir los conflictos más violentos y dar cuenta de la pugna por el poder.

Detrás de todo esto, sin embargo, en Bolivia estamos asistiendo a un escenario que bien podría pertenecer a uno de los libros de José Saramago: el desencanto de un pueblo con la democracia representativa, la crisis de un sistema político que no responde a los intereses de una gran mayoría de la población boliviana, que en su mayoría es indígena.

El día de ayer fue uno de los más intensos que he vivido en mi vida. Fui testigo privilegiado de la lucha de este pueblo que no se resigna a vivir de las migajas del sistema. Acompañando a una comitiva de autoridades indígenas del sur de Bolivia, desde Potosí nos dirigimos a Sucre, donde el Congreso tenía previsto sesionar por la mañana para nombrar a un nuevo Presidente.

Fue durante las largas horas que duró nuestro viaje hacia Sucre que pude ver y sentir la fuerza de un pueblo en pie de guerra contra la injusticia y por la libertad. Una caravana que reivindicaba la vida, pero que acabó convirtiéndose en una caravana de la muerte cuando el ejército la reprimió matando a un minero de un balazo en el corazón. El corazón de Juan Carlos Coro dejó de latir alrededor de las 4,30 de la tarde, cuando ya nos encontrábamos a las puertas de Sucre. El corazón de este pueblo, sin embargo, está latiendo con más fuerza que nunca.

Lo que sigue es una crónica del día de ayer, reconstruido con las notas que fui tomando a medida que nos acercábamos a Sucre.



La caravana de la vida - Primera Parte –

9 de Junio de 2005

5 a.m.:

Hace un frío en Potosí que cala hasta los huesos. Los 4,020 metros de altura no son broma, y menos ahora que se acerca el invierno. Estoy de pie frente a la sede del Consejo de Ayllus Originarios de Potosí (CAOP), en la esquina de Bolívar con Camacho.

Los Ayllus son las comunidades de pueblos indígenas que ya existían antes de la llegada de los españoles. Cada Ayllu tiene un curaca, una autoridad que la representa. El Consejo reúne a las autoridades de toda la región de Potosí. Santiago Estrada Quispe es uno de los curacas, a quien conocí un par de días atrás durante una manifestación del CAOP en el centro de Potosí, para reclamar la instauración de una Asamblea Constituyente. Santiago fue quien ayer me invitó a que los acompañe a Sucre en la caravana.

En principio van a salir dos camionetas repletas de gente, unos pocos sentados, y la mayor parte de la gente en la parte trasera, que está descubierta. A mí claro me va a tocar ir atrás, así que vengo bien abrigado, pues a esa hora el viento frío es como un cuchillo afilado.

Junto a mí hay una mujer indígena y un muchacho de unos 20 años, a quien pregunto si sabe algo de los compañeros indígenas. Me dice que están reunidos dentro, pero que en un rato van a salir. Esperamos, y para alegrar la espera nos comemos unos plátanos que son mi desayuno. Esos plátanos van a resultar ser mi comida también, pues las tres horas de viaje que suele durar el trayecto a Sucre van a convertirse en muchas más, y no llevamos provisiones de comida ni agua.

Decido entrar en la sede del CAOP, más que nada para matar el frío. Veo que los compañeros ya se están preparando, con sus ponchos y mantas enrolladas en el brazo. Cada curaca lleva el bastón de mando de su ayllu en la mano, no se separan de él.

A las 5,30 a.m. ya estamos fuera abordando las dos camionetas. No entramos todos. En total son 26 autoridades indígenas, más un asesor del CAOP y yo. Llaman un taxi, pero tampoco va a ser suficiente, así que propongo correr con los gastos de un segundo taxi. Negocio el precio, que queda fijado en 300 Bolivianos, unos 30 Euros.

Suena mi teléfono móvil. Es Radio Euskadi, que quiere entrevistar a una de las autoridades indígenas. Le pregunto a Santiago quién del grupo va a hablar, se consultan entre ellos y señalan a Juan Navarro. Juan ya está cómodamente sentado en la parte trasera de una de las dos camionetas, así que le paso mi teléfono. Espera pacientemente a que la locutora le dirija la primera pregunta.

Escucho que Juan dice “buenos días hermanos del mundo, hoy es un día histórico en la lucha de los pueblos indígenas”. Después plantea el por qué de la marcha hacia Sucre, la importancia de instaurar una Asamblea Constituyente que finalmente reconozca en una nueva Constitución los derechos de los pueblos originarios de Bolivia, les de una participación efectiva en el sistema político. Explica que Bolivia es el país con mayor porcentaje de indígenas de toda Latinoamérica, seguido por Guatemala; pero que eso no les garantiza ningún poder institucional, y por eso quieren refundar la república.

Juan sigue con la entrevista mientras vuelvo al taxi para ver como nos organizamos. Hay un revuelo, el taxi que había apalabrado ya no quiere ir, dice que tiene miedo de los cortes de ruta. Llamamos a otro taxi, este el definitivo.

Son las 5,55 a.m. y estamos saliendo en caravana hacia Sucre. En la parte trasera del taxi vamos Genovevo Chambe, un curaca de unos 60 años, Florentino Karikari, de unos 35 años, y yo. Delante, de copiloto, va Santiago Estrada Quispe, de unos 35 años también. La noche sigue bien cerrada y fría. Nos acurrucamos entre las mantas y poco a poco vamos abandonando la ciudad de Potosí.

Todos vamos coqueando con hojitas de coca de los Yungas. Ayer tuve la buena idea de comprar cinco bolsas de hoja de coca para el camino. Nunca sobran las hojas de coca en Bolivia, como voy a poder comprobar más adelante.

6,10 a.m. Llegamos al primer piquete que está cortando la carretera hacia Sucre, en las afueras de Potosí. Es un grupo de unas 50 o 60 personas. Están de pié alrededor de una fogata. El reflejo del fuego afuera ilumina las caras rígidas por el frío, cansadas por haber pasado la noche en vela, cuidando que nadie atraviese la carretera. Al lado del grupo grandes rocas en mitad de la carretera cortan el paso.

Se nos acerca un hombre, dice que son del movimiento de los sin techo. Nos pide hojas de coca. Santiago sale del coche, y lo mismo hacen otros cuantos curacas de los otros vehículos. Van a negociar con los piqueteros nuestro paso.

Se demoran, cosa que me extraña, pues pienso que todos ellos, indígenas, obreros, sin techos, van detrás de la misma causa. Al fin y al cabo nuestro grupo está yendo a Sucre a presionar para que el Congreso tome las decisiones que pide el pueblo clamorosamente: que Hormando Vaca Diéz y Mario Cosío renuncien a la sucesión Presidencial a favor de Eduardo Rodríguez, quien deberá tener el mandato de llamar a elecciones anticipadas para renovar la el parlamento y el ejecutivo, e instaurar una Asamblea Constituyente.

Después de unos 15 minutos parados en el piquete, proseguimos el viaje. Esquivamos las rocas y piedras, a veces por el arcén, otras serpenteando a través de ellas. Santiago está algo contrariado.

Genovevo me cuenta el trabajo que les dan los gobernantes de turno, siempre tienen que estar movilizándose, es muy sacrificado y costoso. Detrás de sus palabras intuyo un malestar centenario, generaciones enteras que han tenido que soportar primero a los españoles, y después una república que desde 1825 tampoco los ha reconocido. Y eso que lucharon por la independencia y derramaron sangre a caudales para expulsar a los españoles junto a criollos como José Padilla y la gran libertadora Juana de Azurduy.

6,22 a.m. Casi tenemos un accidente, nuestro chofer no ha visto una hilera de piedras tendida en la ruta y casi nos las comemos. No es broma esto de andar esquivando piedras todo el tiempo, por desgracia unas horas más tarde nos enteraremos por la radio de un accidente de un microbús que viene también hacia Sucre para participar de las manifestaciones, donde mueren dos pasajeros.

Ya está amaneciendo. Los cuatro vehículos de nuestra pequeña caravana se separan un poco entre sí. Seguimos esquivando hileras de roca y piedras tendidas en la carretera.

6,35 a.m. Segundo piquete. Esta vez son muchos más que en el primer corte de carretera, deben ser unas doscientas personas, jóvenes, adultos, hasta ancianos y niños hay. Me dice Santiago que son “del sindicato”. Veo muchas caras demacradas, tal vez por el cansancio, ya son muchos días de vigilia soportando el frío al borde de la carretera, sin mucho alimento. Se nos acerca un adulto de unos cuarenta años, su aliento apesta a alcohol. De muy malos modales nos dice que no se puede pasar, de ningún modo.

Los curacas vuelven a bajar. Todo el proceso comienza de nuevo, hay que negociar el paso, incompresiblemente para mí. Por mi lado pasan unas cuentas camionetas de mineros que también van a Sucre. También tienen que parar para negociar su paso.

La ruta está cortada por un gran hierro y rocas. Todo el mundo está reunido en un gran corro, no escucho lo que hablan, pero los minutos van pasando y seguimos parados sin avanzar. Se acerca alguien a nuestro coche y nos pide “credenciales”. Nos miramos perplejos. El tipo se da media vuelta y se va, sin más. Genoveva y Florentino van a bajarse también, parece que la situación afuera se está complicando. Hay un alboroto fuera, voceríos. De repente los compañeros indígenas regresan apresuradamente a los vehículos, parece que partimos.

Falsa alarma. De nuevo nos cortan el paso. Esta vez nos piden que coloquemos nuestros nombres en un papelito. La situación se tensa. No entiendo nada, todo parece un caos afuera. Entre los piqueteros nadie parece tener el control ni la autoridad, uno dice “pasen “, y al instante otro viene a cortar el paso. Muchos parecen borrachos, sus ojos están como suspendidos, flotando, me dan miedo.

Salgo del coche yo también, intento no alejarme demasiado de Santiago. Todo es muy azaroso, el clima está tenso. Una viejita y otro joven, con unos palos, están golpeando los neumáticos de nuestro taxi. ¡Los palos llevan clavos en las puntas! Para cuando reaccionamos nos han pinchado una rueda. Nos ponemos delante de las demás ruedas para que no las pinchen también, la escena es surreal: la vieja parece poseída por un demonio, arrea el palo y sigue insistiendo en jodernos.

Los papelitos con nuestros nombres van y vienen, se hacen y rehacen listas, los piqueteros se las van pasando entre ellos, de vez en cuando vienen a preguntar quién es quién. Algunas personas me miran feo, con odio en los ojos, están como poseídas. Empiezo a escuchar “el gringo”, que “este no pasa”…. Intento mantener la calma, yo no me quedo en ese piquete ni loco. Me preguntan quién soy, qué hago, me piden documentos. Respiro hondo y les explico que estoy acompañando a los hermanos indígenas, que también estoy ayudando a difundir su causa a través de unos medios de comunicación del País Vasco. Me retan, a ver por qué también no difundo la causa de ellos…. (para mis adentros me pregunto si acaso no es la misma). Les digo que sí, que claro que sí, les sigo el rollo, intento controlar mi miedo, esa gente parece estar descontrolada.

Finalmente dejan pasar una camioneta, pero tiene que ir vacía, y los pasajeros deben pasar a pié. Después, al buen rato, dan permiso para que pase otra. Así vamos pasando, poco a poco. Perdemos más de una hora en ese piquete. Los mineros, más decididos y menos dialogantes, ya han pasado el piquete hace rato.

Santiago y los demás curacas están muy enojados, tampoco entienden la actitud de los hermanos de lucha. Parece que los dirigentes del sindicato han viajado a Sucre y han dejado a la base sin dirigencia, es el caos. Seguimos nuestro camino, ya con atraso.


SEGUIRÁ

Fotos de la caravana en: http://caravanasucre.blogspot.com/

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