jueves, julio 28, 2005

La compleja y variada realidad de la Amazonia - Brasil

Querid@s amig@s,

Os escribo desde Santarém, um município que se encuentra situado en la confluencia de los rios Amazonas y Tapajos, en Brasil. Hace ya una semana que llegué en barco desde Manaõs, la capital del estado de Amazonas.

Em Santarem enseguida contacté con unos amigos que trabajan en el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM em las siglas en portugués), con los que tuve mucha relación durante el tiempo que viví em Brasilia trabajando em el Fondo Mundial para la naturaleza (WWF).

Esa misma mañana participé de una reunión de sindicatos y movimientos de productores agrícolas que estaban evaluando el apoyo del gobierno. Producir bienes agrícolas en la región amazónica es todo un desafío. Además existe una gran preocupación entre los pequeños productores por la llegada masiva de grandes productores del sur de Brasil que están comprando tierras para crear grandes monocultivos como la soja, el arroz y el maiz. Es impresionante ver cómo en lugares donde hace poco tiempo había una selva cerrada, ahora se extienden grandes plantaciones de soja.


Las comunidades costeras del Amazonas

El sabado pasado fui a conocer varias comunidades que viven en los márgenes del río Amazonas y en las islas cercanas a Santarem. Acompañe a Wendel, un técnico de IPAM que estaba deistribuyendo las invitaciones para un taller de manejo pesquero que va a tener lugar la semana que viene. En la primera comunidad que paramos todos los hombres estaban trabajando en las plantaciones, en lo que aquí se conoce como multirão. El multirão es una forma de trabajo comunitario, donde para tareas muy pesadas toda la comunidad ayuda a uno o varios productores a preparar el terreno para la siembra o cosechar.

Cuando llegamos a donde estaban trabajando todos estaban cortando la maleza del terreno con machetes, sudados hasta las entrañas. Eran unos 35 hombres de todas las edades. En aquel terreno iban a plantar sandías, después de dejar secar la maleza cortada y darle fuego en algunos días. Ahora estamos en la época en el que las aguas del río amazonas bajan de nivel, dejando descubiertas tierras que anteriorermente estaban inundadas. Las comunidades costeras del río aprovechan este tiempo para plantar en esas tierras antes de que comience la subida del río de nuevo.

Cuando sube el nivel del río en el invierno (que aquí dura de enero a junio), la mayoría de las comunidades se decican a la pesca. Una de esas comunidades es la de San Miguel, que visitamos hacia el final de la tarde. Ahí el Presidente de la Asociación de Pescadores de Pirarucu de Santarem, a quien llaman “Zequinha”, me contó de las dificultades que han pasado para crear la asociación y llegar a acuerdos pesqueros con las comunidades vecinas.

La cantidad de pescado en los ríos ha bajado mucho, y eso ha forzado a las comunidades a llegar a acuerdos donde se establecen vedas de pesca. Claro que hay quien no respeta estos acuerdos e incluso va a pescar en aguas de comunidades ajenas, de forma ilegal. El propio Zequinha, de unos 55 años de edad y piel curtida por el sol, me contó que un grupo de estos pescadores ilegales le disparó cuatro tiros cuando fue a pedirles cuentas. Por suerte una de las balas sólo alcanzó a rozarle el costado. Zequinha me cuenta todo esto con toda tranquilidad, y con una sonrisa maliciosa añade que por suerte quien le disparó tenía muy mala punteria, pues solo estaba a cinco metros de distancia.

Hoy varias comunidades participan de los acuerdos pesqueros y tienen una mejor relación de vecindad. Antes siempre se reprochaban entre ellas y había conflictos que a veces llegaban a ser violentos.


Los asentamientos de la reforma agraria

Esa misma tarde me despedí de Wendel, y me junté a otro grupo de IPAM que iba a realizar un taller de extracción de aceites vegetales en un asentamiento de la reforma agraria. La mayoría de estos asentamientos practican una agricultura de subsistencia. La renta familiar anual no suele llegar a los 360 euros por año, o sea, menos de un euro por día, y faltan muchos servicios básicos como agua potable, electricidad y puestos de salud. En los asentamientos suele haber escuelas, aunque con medios muy precarios, y donde a menudo un solo profesor atiende simultaneamente a niños de diferentes cursos, desde 4 años hasta los 14.

En el asentamiento de Santo Antonio, donde pasamos 3 días, viven unas 20 familias, y recién el gobierno ha colocado un pozo de agua con depósito, por lo que ya no tienen que caminar 5 Km todos los días para traer agua del río. Para llegar a la comunidad hay que tomar un camino de tierra que es transitable en 4X4 durante la época seca, porque en invierno con las lluvias el camino a menudo es un barrizal intransitable y quedan aislados por días y semanas.

La comunidad ocupa un claro en medio de la selva. La primera noche dormimos en la escuela. Colgamos nuestras hamacas de las vigas de madera, pues la escuela no tiene paredes. Esa noche no conseguí pegar ojo, por el frío, y por el constante bullicio de los monos y los gallos, que están alterados porque es luna llena. Al día siguiente la gente de la comunidad se ofreció a hospedarnos en sus casas, pero el griterio de gallos y monos siguió en las noches siguientes.

La gente de la comunidad planta arroz y mandioca, con la que hace una harina que vende en Santarem, la ciudad más próxima. Algunas familias ya extraen aceite de las semillas de andiroba, y el taller que va a ofrecer IPAM pretende perfeccionar la técnica de extracción y ayudar a planear su producción y comercialización.

Durante estos tres días en Santo Antonio me he dado cuenta de lo aisladas que se sienten estas comunidades, sin casi ningún apoyo del gobierno, trabajando la tierra como lo hacían hace cientos de años atrás, sin casi ningún acceso a crédito para comprar semillas y herramientas… Mucha gente ha venido desde muy lejos, de los estados de Maranhão, Pernanbuco, Bahia, Amazonas y otros, y no tiene mucha experiencia en el campo ni en la selva. Sebastião me comenta que hace un año que llegó a la comunidad, que todavía no tiene casa propia pero que pronto va a tener. Me dice que no se atreve aún a entrar en la selva sólo, no conoce bien los bichos de la selva y tiene miedo a perderse.

Con el tiempo la gente de los asentamientos va adaptándose al medio. Durante el taller, Claudio y Andreia, los profesores, hacen un concurso para ver quién de los participantes cita más frutas, árboles y semillas del bosque. Gana Doña María, que en un minuto es capaz de recordar 17 frutas y árboles silvestres.

Una tarde nos vamos todos selva adentro a buscar árboles de Copaiba, de donde se extrae un aceite medicinal que se usa como cicatrizante natural, para los dolores de estómago, es anticancerigeno y tiene otras aplicaciones más. Al poco encontramos una copaiba bien gruesa y nos ponemos, por turnos, a perforarla con una broca manual. Hay que hacer en el tronco un agujero de unos 50 cm a la altura del pecho, y con suerte empezará a fluir el aceite. No tenemos suerte, así que vamos a por otra copaiba. Esta vez damos con la bolsa de aceite en el tronco, y el aceite empieza a fluir del agujero llenando una botella de plástico conectada al agujero por un tubo de PVC. Cada litro de aceite vegetal se vende a unos 15 Reales, unos 5 euros.

Me hago amigo de los niños de la comunidad, que todo el día andan revoloteando alrededor de la escuela (están de vacaciones). Uno de ellos, al ver que estoy leyendo un libro que en la tapa tiene la foto de un indígena, me pregunta si es un indio. Le digo que sí, que es un indígena boliviano. Me dice el chaval, de unos 7 años, que los indios son malos porque matan a la gente, tiran flechas. Me sorprende un poco su prejuicio contra los indios, supongo que lo habrá oído en casa. Y es que bueno, al fin y al cabo, indios y blancos siguen, al cabo de cinco siglos de la llegada de los portugueses, disputandose el territorio, casi siempre por las malas.

Por la noche el cielo está lleno de estrellas, y la vía lactea se ve con mucha claridad. Les digo a los niños a ver quién ve primero una estrella fugaz, y me preguntan qué es una estrella una fugaz! Nunca han visto una, así que nos ponemos a escrutar el cielo hasta que dos hermanos ven una.


Bueno, pues en esto estoy, en los proximos días sigo camino a Belem y después a Brasilia. Estos días ya me estoy despertando con un poso de melancolía, estoy hechando mucho de menos a la familia y amigos, ya tengo ganas de volver a Euskadi, mi tierra. Algo en mi interior me decía que pasada la frontera de los seis meses de viaje, que cumplí la semana pasada, una campanita iba a sonar llamándome para regresar a casa. Bueno, pues la campanita ya ha empezado a sonar. En tres semanas debo estar en Hernani, me muero de ganas de ver a mi sobrinita Nahia, que el sabado pasado cumplió tres años.

Os mando un abrazo muy grande, hasta pronto!

Mikel

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